Taller de contes
i relats breus DEURES – 9
Escriviu un relat de no més d’una pàgina.
Narrador testimoni en 1a persona.
Narrador testimoni: Conta els fets
per que els coneix, però no hi ha participat.
Atmosfera: INCERTA
L’atmosfera incerta
És una atmosfera en la qual s’imposa la perplexitat
com la sensació dominant. És la classe d’atmosfera que Paul Auster va crear en
aquest fragment de “Cuaderno rojo”:
Hace tres veranos, encontré una carta en mi buzón. Venía en
un gran sobre blanco y estaba dirigida a alguien cuyo nombre no conocía: Robert
M. Morgan, de Seattle, Washington. En la oficina de Correos habían estampado
en el anverso del sobre varios sellos: Desconocido, A su procedencia.
Habían tachado a pluma el nombre del señor Morgan, y al lado alguien había
escrito: No vive en esta dirección. Trazada con la misma tinta azul, una
flecha señalaba la esquina superior izquierda del sobre, junto a las palabras Devolver
al remitente. Suponiendo que la oficina de Correos había cometido un error,
comprobé la esquina superior izquierda para ver quién era el remitente. Allí,
para mi absoluta perplejidad, descubrí mi propio nombre y mi propia dirección.
No sólo eso, sino que estos datos estaban impresos en una etiqueta de dirección
personal (una de esas etiquetas que se pueden encargar en paquetes de
doscientas y que se anuncian en las cajas de cerillas). La ortografía de mi
nombre era correcta, la dirección era mi dirección, pero el hecho era (y lo
sigue siendo) que nunca he tenido ni he encargado en mi vida un paquete de etiquetas
con mi dirección impresa.
Dentro del sobre había una carta mecanografiada a un solo
espacio que empezaba así: “Querido Robert, en respuesta a tu carta del 15 de
julio de 1989 debo decirte que, como otros autores, a menudo recibo cartas
sobre mi obra.” Luego, en un estilo rimbombante y pretencioso, plagado de citas
de filósofos franceses y rebosante de vanidad y autosatisfacción, el autor de
la carta elogiaba a “Robert” por las ideas que había desarrollado sobre uno de
mis libros en un curso universitario sobre novela contemporánea. Era una carta
despreciable, la clase de carta que jamás se me hubiera ocurrido escribirle a
nadie, y, sin embargo, estaba firmada con mi nombre. La letra no se parecía a
la mía, pero eso no me consolaba. Alguien estaba intentando hacerse pasar por
mi, y, por lo que sé, lo sigue intentando.
Un amigo me sugirió que era un ejemplo de “arte por correo”.
Sabiendo que la carta no podía llegarle a Robert Morgan (puesto que tal persona
no existe), en realidad el autor de la carta me estaba enviando a mí sus
comentarios. Pero esto hubiera implicado una confianza injustificada en el
servicio de correos de Estados Unidos, y dudo que alguien que se ha dado el
trabajo de encargar en mi nombre etiquetas de dirección y de ponerse a
escribir una carta tan arrogante y altisonante pudiera dejar algo al azar. ¿O
sí? Quizá los perversos listillos de este mundo creen que todo saldrá siempre
como ellos quieren.
Tengo pocas esperanzas de resolver algún día este pequeño
misterio. El bromista ha borrado hábilmente sus huellas, y no ha vuelto a dar
señales de vida. Lo que no acabo de entender de mi propia actitud es que nunca
he tirado la carta, aunque sigue dándome escalofríos cada vez que la miro. Un
hombre sensato la habría tirado a la basura. En vez de eso, por razones que no
comprendo, la conservo en mi mesa de trabajo desde hace tres años, y he dejado
que se convirtiera en un objeto más, permanente, entre mis plumas, cuadernos y
gomas de borrar. Quizá la conservo como un monumento a mi propia locura. Quizá
sea el medio de recordarme que no sé nada, que el mundo en el que vivo no dejará
nunca de escapárseme.