Primer Manifiesto Surrealista (breve resumen)
André
Breton. 1924
Amada imaginación, lo que más amo en
ti es que jamás perdonas.
Únicamente la palabra libertad tiene
el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente
este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración
legítima
Queda la locura, “la locura que solemos recluir”, como muy bien se ha dicho.
Esta locura o la otra... Todos sabemos que los locos son internados en razón de
un reducido número de actos jurídicamente reprobables, y que, en ausencia de
estos actos, su libertad... no sería puesta en tela de juicio. Estoy plenamente
dispuesto a reconocer que los locos son, en cierta medida, víctimas de su
imaginación, en el sentido de que ésta les induce a quebrantar ciertas reglas,
reglas cuya transgresión define la calidad del loco, lo cual todo ser humano ha
de procurar saber por su propio bien. Sin embargo,
la profunda indiferencia de que los locos dan muestras con respecto a
la crítica de que les hacemos objeto, por no hablar ya de las diversas
correcciones que les infligimos,
permite
suponer que su imaginación les proporciona grandes consuelos, que gozan de su
delirio lo suficiente para soportar que tan sólo tenga validez para ellos.
Y, en realidad, las alucinaciones, las visiones, etcétera, no son una fuente de
placer despreciable. La sensualidad más culta goza con ella, y me consta que
muchas noches acariciaría con gusto aquella linda mano que, en las últimas
páginas de la Intelligence, de Taine, se entrega a tan curiosas fechorías. Me
pasaría la vida entera dedicado a provocar las confidencias de los locos. Son
gente de escrupulosa honradez, cuya inocencia tan sólo se puede comparar a la
mía. Para poder descubrir América, Colon tuvo que iniciar el viaje en compañía
de locos y ahora podéis ver que aquella locura dio frutos reales y duraderos.
No será el miedo a la locura lo que
nos obligue a bajar la bandera de la imaginación.
A fin de proceder a aislar los elementos esenciales, Paul Valéry propuso recientemente
la formación de una antología en la que se reuniera el mayor número posible de
novelas primerizas cuya insensatez esperaba alcanzase altas cimas. En esta
antología también figurarían obras de los autores más famosos. Esta es una idea
que honra a
Paul Valéry, quien no
hace mucho me aseguraba, hablándome del género novelístico, que
siempre se negaría a escribir la siguiente frase: la marquesa salió a las cinco.
Pero, ¿Ha cumplido la palabra dada?.
Si reconocemos que el estilo puro y simplemente informativo, del que la
frase antes citada constituye un ejemplo, es casi exclusivo patrimonio de la
novela, será preciso reconocer también que sus autores no son expresivamente
ambiciosos. El carácter circunstanciado, inútilmente particularista, de cada una
de sus observaciones me induce a sospechar que tan sólo pretenden divertirse a
mis expensas. No me permiten tener siquiera la menor duda acerca de los
personajes: ¿Será este personaje rubio o moreno? ¿Cómo se llamará? ¿Le
conoceremos en verano…? Todas estas interrogantes quedan resueltas de una vez
para siempre, a la buena de Dios; no me queda más libertad que la de cerrar el
libro, de lo cual no suelo privarme tan pronto llego a la primera página de la
obra, más o menos. ¡Y las descripciones! En cuanto a vaciedad, nada hay que se
les pueda comparar; no son más que superposiciones de imágenes de catálogo, de
las que el autor se sirve sin limitación alguna, y aprovecha la ocasión para
poner bajo mi vista sus tarjetas postales, buscando que juntamente con el fije
mi atención en los lugares comunes que me ofrece:
“La pequeña estancia a la que hicieron pasar al joven tenía las paredes
cubiertas de papel amarillo; en las ventanas había geranios y estaban cubiertas
con cortinas de muselina; el sol poniente lo iluminaba todo con su luz cruda.
En la habitación no había nada digno de ser destacado. Los muebles de madera
blanca eran muy viejos. Un diván de alto respaldo inclinado, ante el diván una
mesa de tablero ovalado, un lavabo y un espejo adosados a un entrepaño, unas
cuantas sillas arrimadas a las paredes, dos o tres grabados sin valor que
representaban a unas señoritas alemanas con pájaros en las manos… A eso se
reducía el mobiliario”.
No estoy dispuesto a admitir que la inteligencia se ocupe, siquiera de paso,
de semejantes temas. Habrá quien diga que esta parvularia descripción está en
el lugar que le corresponde, y que en este punto de la obra el autor tenía sus
razones para atormentarme. Pero no por eso dejo de perder el tiempo, porque yo
en ningún momento he penetrado en tal estancia. La pereza, la fatiga de los
demás no me atraen.
Contrariamente, la actitud realista, inspirada en el positivismo, desde
Santo Tomás a Anatole France, me parece hostil a todo género de elevación
intelectual y moral. Le tengo horror por considerarla resultado de la
mediocridad, del odio y de vacíos sentimientos de suficiencia. Esta actitud es
la que ha engendrado en nuestros días esos libros ridículos y esas obras
teatrales insultantes. Se alimenta incesantemente de las noticias
periodísticas, y traiciona a la ciencia y al arte, al buscar halagar al público
en sus gustos más rastreros; su claridad roza la estulticia, y está a altura
perruna.
Esta actitud llega a perjudicar la actividad de las mejores inteligencias,
ya que la ley del mínimo esfuerzo termina por imponerse a éstas, al igual que a
las demás. Una consecuencia ridícula de dicho estado de cosas estriba, en el
terreno de la literatura, en la abundancia de novelas. Todos ponen a
contribución sus pequeños dotes de “observación”.
Surrealismo: sustantivo masculino.
Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por
escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un
dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a
toda preocupación estética o moral.
Enciclopedia: Filosofía El surrealismo no se basa en la creencia en la
realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición
del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir
definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos en
la resolución de los principales problemas de la vida. Ha hecho profesión de la
de Surrealismo Absoluto los siguientes señores: Aragon, Baron, Boiffard,
Breton, Carrive, Crevel, Delteil, Desnos, Eluard, Gerard, Limbour, Malkine,
Morise, Naville, Noll, Peret, Picon, Soupault, Vitrac.