6.
EL RITMO DEL DISCURSO
Aunque
puede parecer que la cuestión del ritmo es más importante en la poesía que en
la prosa, no es así. Es verdad que en prosa el ritmo puede ser más libre (más
abierto a diferentes combinaciones) que en un poema, pero no menos importante.
El ritmo de la voz del narrador ha de
amoldarse a lo que nos está contando. Si el ritmo está descompensado,
el lector percibirá cierta somnolencia ante la monotonía de las frases o le
entrará tal taquicardia que dejará el texto para hacerse una tila o irse a la
cama.
El
ritmo vendrá marcado por varios factores. El primero será la longitud de las
frases. Las frases largas están muy bien para hablar de sentimientos, por
ejemplo, al estilo de Proust, pero no para la novela negra o el discurso publicitario.
Actualmente se tiende a acortar las
frases porque la vida —y por tanto la realidad escrita— es más acelerada.
Vivimos deprisa, queremos saber las cosas rápido, nos pierde la impaciencia.
Por otro lado, si el narrador está contando una persecución, más vale que lo
haga con frases cortas, concisas, para que el tiempo del discurso no sobrepase
con creces al tiempo de la acción; las oraciones cortas dan velocidad al texto.
Si lo que nos está relatando, por el contrario, es la contemplación de un
paisaje, se podrá recrear en oraciones largas y calmosas. En general (y
respetando el estilo propio), conviene ir alternando frases largas y cortas,
para evitar la monotonía o el frenesí.
La
longitud de los párrafos también influirá en el ritmo del relato. Conviene no
cansar al lector con párrafos quilométricos, ni hacerle saltar constantemente
de uno a otro. Con todas las excepciones que pueda imponer cada narración,
valga como norma general la misma que con las frases: alternar párrafos largos
y cortos dará un ritmo variado al texto, como en las sinfonías los tramos
lentos y rápidos.
Otro
factor que regulará el ritmo es la subordinación o coordinación de las
oraciones. La subordinación crea, en general, un efecto acumulativo (las
oraciones subordinadas se van acumulando sobre la oración principal,
engordándola y cubriéndola de matices significativos). La coordinación, por su
parte, proporcionará reiteración (y, y, y; ni, ni, ni) y sucesión de los
acontecimientos (Cogí el abrigo y me marché, y ella se quedó allí, y yo creo
que todavía estará allí, cubierta ya de telarañas).
Vamos
a ver un ejemplo de ritmo en unos fragmentos de un cuento de Gabriel García
Márquez («El avión de la Bella Durmiente»). Dejaos llevar por la melodía
maravillosa de la voz del narrador:
Era
bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras
verdes, y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de
antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida
con un gusto sutil: chaqueta delince, blusa de seda natural con flores muy
tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos
lineales
de color de las bugamilias. «Esta es la mujer más bella que he visto en mi
vida», pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras
yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles
de Gaulle de París. Fue una aparición sobrenatural que existió sólo un instante
y desapareció en la muchedumbre del vestíbulo.
[…]El
vuelo de Nueva York, previsto para las once de la mañana, salió a las ocho de
la noche.
Cuando
por fin logré embarcar, los pasajeros de la primera clase estaban ya en su
sitio, y una azafata me condujo al mío. Me quedé sin aliento. En la poltrona
vecina, junto a la ventanilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio
con el dominio de los viajeros expertos. «Si alguna vez escribiera esto, nadie
me lo creería», pensé. Y apenas si intenté en
mi
media lengua un saludo indeciso que ella no percibió.
Se
instaló como para vivir muchos años, poniendo cada cosa en su sitio y en su
orden, hasta que el lugar quedó tan bien dispuesto como la casa ideal donde
todo estaba al alcance de la mano. Mientras lo hacía, el sobrecargo nos llevó
la champaña de bienvenida. Cogí una copa para ofrecérsela a ella, pero me
arrepentí a tiempo. Pues sólo quiso un vaso de agua, y le pidió al sobrecargo,
primero en un francés inaccesible y luego en un inglés apenas más fácil, que no
la despertara por ningún motivo durante el vuelo. Su voz grave y tibia
arrastraba una tristeza oriental.
Cuando
le llevaron el agua, abrió sobre las rodillas un cofre de tocador con esquinas
de cobre, como los baúles de las abuelas, y sacó dos pastillas doradas de un
estuche donde llevaba otras de colores diversos. Hacía todo de un modo metódico
y parsimonioso, como si no hubiera nada que no estuviera previsto para ella
desde su nacimiento. Por último bajó la cortina de la ventana, extendió la
poltrona al máximo, se cubrió con la manta hasta la cintura sin quitarse los
zapatos, se puso el antifaz de dormir, se acostó de medio lado en la poltrona,
de espaldas a mí, y durmió sin una sola pausa, sin un suspiro, sin un cambio mínimo
de posición, durante las ocho horas eternas y los doce minutos de sobra que
duró el
vuelo
a Nueva York.
Fue
un viaje intenso. Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la
naturaleza que una mujer hermosa, de modo que me fue imposible escapar ni un
instante al hechizo de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado. El
sobrecargo había desaparecido tan pronto como despegamos, y fue reemplazado por
una azafata cartesiana que trató de
despertar
a la bella para darle el estuche de tocador y los auriculares para la música.
Le repetí la advertencia que ella le había hecho al sobrecargo, pero la azafata
insistió para oír de ella misma que tampoco quería cenar. Tuvo que
confirmárselo el sobrecargo, y aun así me reprendió porque la bella no se
hubiera colgado en el cuello el cartoncito con la orden de no despertarla.
[…]Como
podéis observar, en este relato de melodía exquisita predominan las frases
largas y coordinadas (y,y, y), pues la historia nos transmite una
sucesión de acontecimientos, el transcurso de una noche de amor. Esa es la
música de fondo de la voz del narrador. No obstante, se cuida bien de
introducir de vez en cuando frases cortas que nos espabilan y rompen la letanía
como toques de platillos («Me quedé sin aliento», «Fue un viaje intenso»…), así
como frases subordinadas en la que los matices se superponen acumulativamente
(«Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer hermosa,
de modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo de aquella
criatura de fábula
que
dormía a mi lado»). Asimismo, nos encontramos a lo largo del relato con
párrafos cortos, de longitud media, y largos.
Por
supuesto, el ritmo de la voz del narrador tiene mucho que ver con el estilo del
escritor, pero también en buena medida con la historia que nos cuenta, y con la
habilidad para evitar la monotonía o la dispersión. En conjunto, los relatos
son como una sinfonía, con un ritmo de fondo y variaciones que se van desarrollando
en consonancia con el contenido. Son técnicas que el escritor usará, en
general, de forma intuitiva, pero que a la hora de revisar habrá de tener en
cuenta