Trucos para Escribir Mejor
Carlos Salas
EL TEMPO MUSICAL EN LOS TEXTOS
Imaginemos que alguien nos solicita un artículo de opinión
sobre Ágora, la película de Amenábar.
Si nos piden que llenemos cinco folios, nuestra mente ejecutará
automáticamente un largo, lo que en música equivale a 20
pulsaciones
por minuto. Es un tempo lento y ceremonioso, reflexivo y
tranquilo.
Las frases se estirarán de forma inconsciente. El texto rebosará
de
oraciones subordinadas, yuxtapuestas y frases de relativo, pues
todo
ello es necesario para ir rellenando ese inmenso espacio en blanco
que
se presenta ante nosotros.
Recordemos que una oración o un enunciado siempre acaba en
un punto y seguido. Cuanto más larga sea la oración, crece el
riesgo
de que el lector pierda la noción de quién es el sujeto y cuál es
su
acción principal. Pero logramos rellenar la inquietante hoja en
blanco.
Supongamos que son cuatro folios. Concentraremos los mismos
pensamientos en menos páginas. Requiere acelerar el ritmo, lo que
en
música se interpreta como un adagio; o sea, a más de 60
pulsaciones
por minuto. Quitaremos un poco de paja y trataremos de
acortar las
frases. Será una tarea fácil de cumplir, pues nos damos cuenta de
que
había muchos párrafos que repetían la misma idea una y otra vez.
Si nos piden tres páginas, nuestra mente se dispondrá a escribir
al ritmo de un andante: más ágil, más dinámico. Cortaremos
párrafos,
frases redundantes y calificativos repetidos. Las archisílabas y
sobresdrújulas se convertirán en llanas o agudas. No diremos
“pluviometría” sino “lluvia”. Pasamos de las 100 pulsaciones por
minuto.
¿Y dos páginas? Iremos a 120 pulsaciones por minuto, incluso a
160. Escribiremos un allegro. Usaremos menos artículos.
Menos
frases. Pondremos puntos y seguido donde había conjunciones. Y
fuera todos los adverbios que terminan en mente.
¿Y un folio? Frases muy cortas. Muchos puntos y seguido.
Pocos adjetivos. Al grano. Palabras de menos de cuatro sílabas. Es
el
presto. El ritmo pasa de los 200 golpes
por minuto. Una carga de
caballos.
Algunos lectores habrán descubierto que estos párrafos que
acabo de redactar reproducen los ritmos que describo: el primero
es
largo y espaciado, y tiene ocho líneas. El último, rápido: no hay
palabras de más de tres sílabas, salvo ‘adjetivos’. Y tiene cuatro
líneas.
Parece que hoy estamos obligados a escribir con el tempo
rápido, el presto: muchas ideas en pocas frases.
La mayoría sigue empleando el estilo largo porque desea
impresionar a sus lectores o porque no sabe resumir. Es el estilo
académico, formal, del siglo XIX. Pero se corre el riesgo de
aburrir.
La brillantez consiste en definir una gran idea en pocas palabras.
El truco para dominar bien este arte radica en aprender a usar el
presto. ¿Qué pasaría si escribiéramos un
texto muy extenso con ese
estilo rápido? Que mantendríamos la atención del lector hasta el
último momento, tal como hacen los grandes escritores de best
sellers.
Stieg Larsson publicó más de 2.000 páginas de una novela en tres
tomos, y la gente los devoró como galletas. Empleó un tempo presto
(propio de la acción trepidante), a pesar de que la obra es
bastante
larga.
Anders Jonasson miró de reojo por la ventana y vio que
relampagueaba intensamente sobre el mar. El helicóptero llegó
justo a
tiempo. De repente, se puso a llover a cántaros. La tormenta acababa
de estallar sobre Gotemburgo. Mientras se hallaba frente a la
ventana,
oyó el ruido del motor y vio cómo el helicóptero, azotado por las
ráfagas de tormenta, se tambaleaba al descender hacia el
helipuerto.
Se quedó sin aliento cuando, por un instante, el piloto pareció
tener
dificultades para controlar el aparato. Luego desapareció de su
campo
de visión y oyó cómo el motor aminoraba sus revoluciones. Tomó un
sorbo de té y dejó la taza. (Stieg Larsson, La reina del
palacio de las
corrientes de aire. Destino, Barcelona, 2009, p.10).
Ejemplo:
Vamos a leer dos textos: uno es lento; otro, presto:
Lento o largo
Actualmente, desde distintas áreas del universo
cinematográfico y artístico se viene insistiendo en la necesidad
de mejorar la calidad del cine español pues, desde luego,
contamos con grandes especialistas. No cabe duda de que uno
de ellos es Alejandro Amenábar, quien acaba de dirigir la
película Agora, que trata sobre Hipatia de Alejandría, una
mujer
científica que vivió en el siglo V después de Cristo, y que
propuso tesis fascinantes sobre el movimiento de los planetas.
Amenábar, gracias a su maestría, plantea en su cinta a las
siguientes interrogantes: ¿Quién era esta mujer tan sobresaliente
en su tiempo? ¿Cómo logró destacar en un mundo de hombres?
¿Por qué fue asesinada de forma vil por hordas de fanáticos?
¿Qué le sucedió a la Biblioteca de Alejandría?
Sin entrar en las polémicas estériles sobre la ejecución de
esta obra cinematográfica, hay que reconocer que el cineasta
español, vasco para más señas, se ha sabido enfrentar con mano
firme y con entereza a lo que parecía que había olvidado el cine
español, me refiero al cine epopéyico e histórico, a ese viejo
cine de masas y decorados, de movimientos de ejércitos y
acción a lo grande. A mi juicio, Amenábar ha resuelto todas las
dudas pues ha dado respuesta a todas las preguntas.
Presto prestissimo
Alejandro Amenábar estrenó Ágora. Es la historia de
Hipatia, una científica del siglo V. Propuso tesis fascinantes
sobre el movimiento de los planetas. Fue asesinada por hordas
de fanáticos, quienes incendiaron la Biblioteca de Alejandría.
Por fin, el cine español ha recuperado la epopeya. Desde
los decorados a los movimientos de masas, Amenábar ha
resuelto todas las dudas que había sobre nuestra capacidad de
hacer cine a lo grande.
¿Por qué usamos tantas palabras para expresar una idea? Porque
los seres humanos necesitamos ordenar y aclarar nuestras ideas.
Por
eso empleamos tantas palabras en el primer intento. Pero luego,
debemos tomarnos tiempo para eliminar la grasa y las repeticiones.
En
eso consiste el arte de editar. Es la esencia de esta
magia.