lunes, 30 de octubre de 2017


Trucos para Escribir Mejor

Carlos Salas

 

EL TEMPO MUSICAL EN LOS TEXTOS

Imaginemos que alguien nos solicita un artículo de opinión

sobre Ágora, la película de Amenábar.

Si nos piden que llenemos cinco folios, nuestra mente ejecutará

automáticamente un largo, lo que en música equivale a 20 pulsaciones

por minuto. Es un tempo lento y ceremonioso, reflexivo y tranquilo.

Las frases se estirarán de forma inconsciente. El texto rebosará de

oraciones subordinadas, yuxtapuestas y frases de relativo, pues todo

ello es necesario para ir rellenando ese inmenso espacio en blanco que

se presenta ante nosotros.

Recordemos que una oración o un enunciado siempre acaba en

un punto y seguido. Cuanto más larga sea la oración, crece el riesgo

de que el lector pierda la noción de quién es el sujeto y cuál es su

acción principal. Pero logramos rellenar la inquietante hoja en blanco.

Supongamos que son cuatro folios. Concentraremos los mismos

pensamientos en menos páginas. Requiere acelerar el ritmo, lo que en

música se interpreta como un adagio; o sea, a más de 60 pulsaciones

por minuto. Quitaremos un poco de paja y trataremos de acortar las

frases. Será una tarea fácil de cumplir, pues nos damos cuenta de que

había muchos párrafos que repetían la misma idea una y otra vez.

Si nos piden tres páginas, nuestra mente se dispondrá a escribir

al ritmo de un andante: más ágil, más dinámico. Cortaremos párrafos,

frases redundantes y calificativos repetidos. Las archisílabas y

sobresdrújulas se convertirán en llanas o agudas. No diremos

“pluviometría” sino “lluvia”. Pasamos de las 100 pulsaciones por

minuto.

¿Y dos páginas? Iremos a 120 pulsaciones por minuto, incluso a

160. Escribiremos un allegro. Usaremos menos artículos. Menos

frases. Pondremos puntos y seguido donde había conjunciones. Y

fuera todos los adverbios que terminan en mente.

¿Y un folio? Frases muy cortas. Muchos puntos y seguido.

Pocos adjetivos. Al grano. Palabras de menos de cuatro sílabas. Es el

presto. El ritmo pasa de los 200 golpes por minuto. Una carga de

caballos.

Algunos lectores habrán descubierto que estos párrafos que

acabo de redactar reproducen los ritmos que describo: el primero es

largo y espaciado, y tiene ocho líneas. El último, rápido: no hay

palabras de más de tres sílabas, salvo ‘adjetivos’. Y tiene cuatro

líneas.

Parece que hoy estamos obligados a escribir con el tempo

rápido, el presto: muchas ideas en pocas frases.

La mayoría sigue empleando el estilo largo porque desea

impresionar a sus lectores o porque no sabe resumir. Es el estilo

académico, formal, del siglo XIX. Pero se corre el riesgo de aburrir.

La brillantez consiste en definir una gran idea en pocas palabras.

El truco para dominar bien este arte radica en aprender a usar el

presto. ¿Qué pasaría si escribiéramos un texto muy extenso con ese

estilo rápido? Que mantendríamos la atención del lector hasta el

último momento, tal como hacen los grandes escritores de best sellers.

Stieg Larsson publicó más de 2.000 páginas de una novela en tres

tomos, y la gente los devoró como galletas. Empleó un tempo presto

(propio de la acción trepidante), a pesar de que la obra es bastante

larga.

Anders Jonasson miró de reojo por la ventana y vio que

relampagueaba intensamente sobre el mar. El helicóptero llegó justo a

tiempo. De repente, se puso a llover a cántaros. La tormenta acababa

de estallar sobre Gotemburgo. Mientras se hallaba frente a la ventana,

oyó el ruido del motor y vio cómo el helicóptero, azotado por las

ráfagas de tormenta, se tambaleaba al descender hacia el helipuerto.

Se quedó sin aliento cuando, por un instante, el piloto pareció tener

dificultades para controlar el aparato. Luego desapareció de su campo

de visión y oyó cómo el motor aminoraba sus revoluciones. Tomó un

sorbo de té y dejó la taza. (Stieg Larsson, La reina del palacio de las

corrientes de aire. Destino, Barcelona, 2009, p.10).

Ejemplo:

Vamos a leer dos textos: uno es lento; otro, presto:

Lento o largo

Actualmente, desde distintas áreas del universo

cinematográfico y artístico se viene insistiendo en la necesidad

de mejorar la calidad del cine español pues, desde luego,

contamos con grandes especialistas. No cabe duda de que uno

de ellos es Alejandro Amenábar, quien acaba de dirigir la

película Agora, que trata sobre Hipatia de Alejandría, una mujer

científica que vivió en el siglo V después de Cristo, y que

propuso tesis fascinantes sobre el movimiento de los planetas.

Amenábar, gracias a su maestría, plantea en su cinta a las

siguientes interrogantes: ¿Quién era esta mujer tan sobresaliente

en su tiempo? ¿Cómo logró destacar en un mundo de hombres?

¿Por qué fue asesinada de forma vil por hordas de fanáticos?

¿Qué le sucedió a la Biblioteca de Alejandría?

Sin entrar en las polémicas estériles sobre la ejecución de

esta obra cinematográfica, hay que reconocer que el cineasta

español, vasco para más señas, se ha sabido enfrentar con mano

firme y con entereza a lo que parecía que había olvidado el cine

español, me refiero al cine epopéyico e histórico, a ese viejo

cine de masas y decorados, de movimientos de ejércitos y

acción a lo grande. A mi juicio, Amenábar ha resuelto todas las

dudas pues ha dado respuesta a todas las preguntas.

Presto prestissimo

Alejandro Amenábar estrenó Ágora. Es la historia de

Hipatia, una científica del siglo V. Propuso tesis fascinantes

sobre el movimiento de los planetas. Fue asesinada por hordas

de fanáticos, quienes incendiaron la Biblioteca de Alejandría.

Por fin, el cine español ha recuperado la epopeya. Desde

los decorados a los movimientos de masas, Amenábar ha

resuelto todas las dudas que había sobre nuestra capacidad de

hacer cine a lo grande.

¿Por qué usamos tantas palabras para expresar una idea? Porque

los seres humanos necesitamos ordenar y aclarar nuestras ideas. Por

eso empleamos tantas palabras en el primer intento. Pero luego,

debemos tomarnos tiempo para eliminar la grasa y las repeticiones. En

eso consiste el arte de editar. Es la esencia de esta magia.

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