martes, 29 de mayo de 2018


El realismo sucio (Wikipedia)

El realismo sucio («Dirty realism») es un movimiento literario estadounidense desarrollado sobre todo en la primera mitad del siglo XX que pretende reducir la narración (especialmente el relato corto) a sus elementos fundamentales.

Se trata de una derivación del minimalismo que tiene características propias. Al igual que aquél, el realismo sucio se caracteriza por su tendencia a la sobriedad, la precisión y una parquedad extrema en el uso de las palabras en todo lo que se refiera a descripción. Los objetos, los personajes, las situaciones deben hallarse caracterizados de la manera más concisa y superficial posible. El uso del adverbio y la adjetivación quedan reducidos al mínimo, dado que estos autores prefieren que sea el contexto el que sugiera el sentido profundo de la obra.

En cuanto a los personajes típicos, se tiende a retratar seres vulgares y corrientes que llevan vidas convencionales, en la línea de uno de los grandes referentes del movimiento, el cuentista O. Henry (1862-1910). Otra influencia importante en la corriente es la del narrador estadounidense J. D. Salinger (1919-2010).

Son representantes del realismo sucio, entre otros, los narradores estadounidenses John Fante (1909-1983), Charles Bukowski (Alemán)(1920-1994), Raymond Carver (1938-1988), Richard Ford (1944), Tobias Wolff (1945) y Chuck Palahniuk (1962).

Suele adscribirse asimismo a este movimiento una variante en los países de habla hispana, representada por


El realismo sucio en España


(Francisco Rodríguez Criado)


El realismo sucio en España no comienza con José Ángel Mañas y sus Historias del Kronen (1994), pero es cierto que fue él quien dinamizó esta tendencia gracias a su novela y a la película basada en ella.

Ángel L. Prieto de Paula y Mar Langa Pizarro diseccionan en varias páginas de Manual de Literatura Española actual (Castalia, 2007) el recorrido del realismo sucio en la literatura española moderna, que parece haber perdido fuelle en los últimos años.

 “En 1994, el premio Nadal tuvo como finalista a José Ángel Mañas (1971), cuya novela Historias del Kronen alcanzó un éxito singular y fue llevada al cine. Era la obra de un escritor joven, con temas protagonizados por adolescentes -el trío mítico de “sexo, drogas y rock and roll”-, y cuyos lectores fueron en su mayoría también adolescentes. El relato, en primera persona, estaba escrito en un lenguaje marginal pero fluido, y rendía un evidente homenaje al cine y la literatura del realismo sucio. Se habló de la conexión con las obras de Mariano Antolín Rato, pero los antecedentes más claros de Mañas eran Casavella y Loriga. Francisco Casavella (1963) había publicado El triunfo (1960), un monólogo jergal en que los recursos de la novela negra y la acción perdían peso bajo el costumbrismo y el exceso de descripción; y Quédate (1993), una novela juvenil fallida que volvía a presentar la vida como una sensación de vacíos. Por su parte, Ray Loriga (1967) había acudido a un lenguaje desgarrado y marginal para hablar de sexo, violencia y drogas, en las novelas Lo peor de todo (

El hecho de plantear la vida desde un nihilismo expresado en lenguaje jergal se interpretó como una deuda con el realismo sucio norteamericano, por lo que la tendencia española adoptó el nombre del género foráneo, aunque también se la llamó “realimo duro” o “sórdido”, “estética nirvana” y “rockandrollo”; y sus cultivadores fueron definidos por Jorge Herralde como “la cofradía del cuero”. Bajo cualquiera de esos rótulos, se trataba de dar carta de presentación a unas obras generacionales y contraculturales, de fácil lectura, amenas y provocadoras, en las que el monólogo y el diálogo suplantaban muchas veces el papel del narrador, para reflejar la agresividad y la violencia de parte de una sociedad alienada por la tecnología y la incomunicación. Eran novelas, en definitiva, conectadas con las de David Leavitt y Douglas Coupland, influidas por el cine gore, las road-movies y la estética de Tarantino, y deudoras de grupos musicales como Nirvana y Ramones.

Las drogas y el alcohol son en estas novelas recursos para amueblar el vacío, y la música y el cine escapes de un mundo al que los personajes no encuentran sentido… A raíz de Historias del Kronen, proliferaron los artículos y los debates en los que toda la juventud de los años novente -la llamada en un tiempo “generación X”, término tomado de un título del canadiense Coupland- parecía estar representada por los personajes de esta obra, lo que vendría a validar la denominación “generación del Kronen”.

 

Mientras tanto, los autores ya mencionados siguieron publicando narraciones centradas en jóvenes sin esperanzas ni escrúpulos. Casavella logró mayor fluidez en la novela juvenil El secreto de las fiestas (1997), e hizo gala de destreza narrativa en Un enano español se suicida en Las Vegas (1997), ubicada en las tascas de jugadores del barrio chino barcelonés. Loriga recopiló diversos textos en Días extraños (1994), ensayó la road-movie en Caídos del cielo (1995), imaginó una droga del olvido en Tokio ya no nos quiere (1999) y presentó a un inadaptado en Trífero (2000). Mañas, por su parte, recibió el varapalo de la crítica por su segunda novela, Mensaka (1995), del que se vengó con un psicothriller irónico titulado Soy un escritor frustrado (1996). Posteriormente, volvió a sus temas habituales con Ciudad rayada (1998), la novela de base autobiográfica Sonko 95 (1999) y Mundo burbuja (2001).

Pronto la nómina de los cultivadores de esta tendencia se amplió con autores como José Machado (1974), que publicó A do ruedas (1996); y Pedro Maestre (1967), finalista del premio Nuevos Narradores en 1995 con Trapos sucios, y ganador del Nadal 1996 con Matando dinosaurios con tirachinas, una novela sobre un joven con problemas en todos los ámbitos: la familia, el trabajo y las relaciones sociales. Maestre, confesado admirador del malditismo de Leopoldo María Panero, dio a luz novelas de escasa exigencia, como Benidorm, Benidorm, Benidorm (1997), y siguió explotando el mundo de la adolescencia en Alféreces provisionales (1999). A la tendencia se añadieron, además, otros escritores menos jóvenes, como Eduardo Iglesias (1952), con Aventuras de manga ranglan (1992) y Por las rutas los viajeros

El afán clasificatorio ha hecho que en el grupo del realismo sucio se haya incluido también a Benjamín Prado, Roger Wolfe y David Benedicte. Prado (1961), tras publicar Raro (1995) y Nunca le des la mano a un pistolero zurdo (1996), presentó a un adolescente sumergiéndose en la lectura de un libro de aventuras en Dónde crees que vas y quién crees que eres (1996); unió acción y reflexión en Alguien se acerca (1998); usó la memoria y el planteamiento pesimista en la amena historia de No sólo el fuego (1999); y mezcló metaliteratura y resortes de novela criminal y psicológica en La nieve está vacía (2000). Wolfe (1962), autor de diversos libros de poesías y relatos, gestó en Fuera de tiempo y de la vida (2000) una novela corta fragmentaria, en que los personajes viven un ambiente de pesadillas. Y Benedicte (1969) conjugó realismo sucio y pensamiento en Travolta tiene miedo a morir (1998), e hizo protagonista de Válium (2001) a un adicto a ese fármaco, que trabaja como negro en una editorial pornográfica.

Incluso se trató de incluir en el grupo a Lucía Etxebarria (1966), por las notas autobiográficas de su obra y la recurrente presencia de las drogas y el sexo en sus argumentos. Pero lo cierto es que la prosa de Etxebarria no tiene muchos más puntos de conexión con los autores del realismo sucio. Amor, curiosidad, prozac y dudas (1997), que la dio a conocer al gran público, está protagonizada por una ejecutiva, una camarera y un ama de casa; en Beatriz y los cuerpos celestes (1998) presenta a una joven bisexual que viaja a Edimburgo para madurar; Nosotras, que no somos como las demás (1999) se centra en los avatares de cuatro mujeres; y en De todo lo visible y lo invisible (2001) parece abandonar parte de sus temas habituales para narrar el amor apasionado y destructivo entre un poeta y una directora de cine.

La repetición de parecidos recursos, lenguaje y temas hizo que los relatos del realismo sucio, que a principios de los años noventa se consideraban frescos y originales, pronto se manifestaran monótonos y demasiado simplistas. La crítica convino en que les faltaba valor literario, y los lectores dejaron de prestarles la atención que les habían dispensado poco tiempo atrás. Así, los autores comenzaron a buscar otras fórmulas narrativas, y aunque de vez en cuando siguiera editándose alguna obra de esta tendencia, su presencia en el mercado fue disminuyendo progresivamente”:

 

Realismo Sucio: una corriente literaria distinta (Por José Carlos Bermejo)


 

Fue en la norteamérica de los setenta y ochenta del siglo XX cuando surge eso que recibe el nombre de Realismo Sucio, o “Dirty Realism”. Bukowski, Carver, John Fante y ahora su hijo, se han prodigado en el género.

Lo que no cabe duda es que como corriente literaria el realismo sucio ha gozado de tantos detractores -o más- que admiradores.

El realismo sucio como movimiento literario seguido por un nutrido grupo de escritores muestra la vida como hecho real, descarnado.

Las historias que cuentan son contadas sin ambajes, sin artificios. Huyen de la descripción, del uso de adjetivos calificativos a los que consideran innecesarios (hasta casi borrarlos de sus textos).

Son los escritores Pulp, pero también los del relato corto de auténtico corte literario. Desde Charles Bukowski, pasando por Raymond Carver, John Fante, o su sucesor, su hijo Dan Fante, que en honor a su padre, del que siempre se dice que es un desconocido, dejandólo de ser por esa misma razón, y sobre quien en breve nos detendremos…

En ocasiones, se confunde realismo sucio con pornografía, o con variedades sucedáneas de aquella.

Nada más alejado de la realidad.

No solo por los escritores que compusieron los comienzos de la corriente -afianzada-, y perdurando durante el siglo XX.

El realismo sucio se centra en la vida corriente de corrientes gentes, en sus diatribas cotidianas, en sus miserias muchas veces.

En sus miserias porque lo que trata de retratar el escritor realista, y en este caso además sucio, son fragmentos de vidas, atormentadas por lo cosmopolita de la gran urbe (L.A. NY City), y todas sus rudezas y pocas de sus bondades.

En otras ocasiones es la ilógica que rodea nuestas vidas la que interviene como crítica social, lo más despiadada mejor.

Hay escritores como Charles Bukowski, de reconocido prestigio entre las feministas, que recorre su obra con un particular humor sombrío destilado entre las brumas de una vida castigada.

El amargor, el humor negro y la ironía. Otra forma, en definitiva, de ver el mundo, de asomarse a él y dibujarlo impreso en el blanco transparente de la servilleta de un bar.

 

John Fante, escritor realista, pasa por ser el gurú del Realismo Sucio.

Una especie de profeta, de luz que hace guiar.

Por contar historias cotidianas en un idioma literario comprensible e identificador.

El que hizo propio Charles Bukowski, rindiendo pleitesía, acudiendo a verle moribundo, con respeto. Sí, respeto, una palabra que no pasa por la mente al pensar en Bukowski.

Pregúntale al Polvo, novela de John Fante

En un prólogo de “Pregúntale al Polvo” Charles Bukowski introduce a John Fante, de la siguiente manera: (Pido disculpas por lo excesivo de la cita, pero merece realmente ser reproducida con extensión. Es un breve relato del flechazo literario, de alguien que ve la luz): “Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor.

Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del Centro de Los Ángeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban.”

“Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y, entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa (…)

Sí, Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer (a John Fante), conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”

El director Robert Towne quiso adaptar Pregúntale al Polvo cuando conoció a John Fante en la década de los años 70, en el tiempo en que se documentaba para escribir la famosa Chinatown.

El guión lo escribió a principios de los 90, pero no consiguió convencer a ningún estudio, y eso que el archiconocido Johnny Depp estaba interesado en protagonizarla.

 

Raymond Carver, realismo sucio


Al parecer la vida de Raymond Carver no tuvo un buen comienzo. El alcoholismo de su padre, trabajador de un aserradero, marcó la infancia de Carver. Se supone que lo sufrió también su madre, camarera y vendedora.

El realismo sucio parece que se mueve mejor en el relato corto que en la novela, un ejemplo es el gran número de relatos que Carver publicó en los medios donde mejor se mueve el relato, en revistas y periódicos.

Entre las revistas más famosas New Yorker y Esquire.

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