Monólogo interior
El monólogo interior es una
técnica literaria con la que se reproduce en primera persona los
pensamientos de un personaje, tal como brotarían de su conciencia.
Esta técnica desempeñó un papel
importante en la renovación de la novela en el siglo XX. Se atribuye la
paternidad de esta técnica a Édouard Dujardin, autor de Les lauriers sont
coupés (1888). James Joyce, refiriéndose a esta novela, señala que “el
lector se encontraba, a partir de las primeras líneas, instalado en el
pensamiento del personaje principal. El desarrollo ininterrumpido de este
pensamiento, substituyéndose completamente a la forma usual del relato, es el
que enseña al lector lo que hace este personaje y lo que le sucede.” El propio
Dujardin escribiría en un ensayo de 1931: “El monólogo interior es […] el
discurso sin oyente y no pronunciado, mediante el cual un personaje
expresa su pensamiento más íntimo, el más cercano posible del inconsciente,
anteriormente a toda organización lógica…”. Su objetivo es “evocar el flujo
ininterrumpido de pensamientos que atraviesan el alma del personaje a medida
que surgen y en el orden que surgen, sin explicar el encadenamiento lógico
(…), por medio de frases reducidas al mínimo de relaciones sintácticas, de
forma que da la impresión de reproducir los pensamientos tal como llegan a la
mente”. Esta falta de lógica y articulación coherente constituye la diferencia
esencial frente al soliloquio. Rasgos peculiares de este monólogo interior son,
aparte de la no interferencia del narrador, la afluencia incontrolada del
inconsciente […], la emergencia desorganizada y confusa de imágenes,
sensaciones, sentimientos e ideas expuestas sin ilación lógica y con
distorciones sintácticas, por medio de libres asociaciones, con la consiguiente
alteración o disolución del tiempo y del espacio.
Ejemplo de monólogo interior
Fragmento de Tiempo de silencio
(1962), de Luis Martín-Santos, en el que leemos las reflexiones de
un personaje que intenta superar el miedo que le provoca el hecho de estar
en la cárcel acusado de homicidio.
Solo
aquí, qué bien, me parece que estoy encima de todo. No me puede pasar nada. Yo
soy el que paso. Vivo. Vivo. Fuera de tantas preocupaciones, fuera del dinero
que tenía que ganar, fuera de la mujer con la que me tenía que casar, fuera de
la clientela que tenía que conquistar, fuera de los amigos que me tenían que
estimar, fuera del placer que tenía que perseguir, fuera del alcohol que tenía
que beber. Si estuvieras así. Manténte ahí. Ahí tienes que estar. Tengo que
estar aquí, en esta altura, viendo cómo estoy solo, pero así, en lo alto, mejor
que antes, más tranquilo, mucho más tranquilo. No caigas. No tengo que caer.
Estoy así bien, tranquilo, no me puede pasar nada, porque lo más que me puede
para es seguir así, estando donde quiero estar, tranquilo, viendo todo,
tranquilo, estoy bien, estoy bien, estoy muy bien así, no tengo nada que
desear.
Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo la maté. ¿Por qué?
¿Por qué? Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo no la maté. Ya estaba muerta. Yo
no la maté. Ya estaba muerta. Yo no fui. No pensar. No pensar. No pienses. No
pienses en nada. Tranquilo, estoy tranquilo. No me pasa nada. Estoy tranquilo
así. Me quedo así quieto. Estoy esperando. No tengo que pensar. No me pasa
nada. Estoy tranquilo, el tiempo pasa y yo estoy tranquilo porque no pienso en
nada. Es cuestión de aprender a no pensar en nada, de fijar la mirada en la
pared, de hacer que tú quieras hacer porque tu libertad sigue existiendo
también ahora. Eres un ser libre para dibujar cualquier dibujo o bien para
hacer una raya cada día que vaya pasando como han hecho otros, y cada siete
días una raya más larga, porque eres libre de hacer las rayas todo lo largas
que quieras y nadie te lo puede impedir.
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