martes, 16 de mayo de 2017


El caníbal

La familia está almorzando. Viene la empleada y dice que hay un mendigo en la puerta pidiendo comida. La señora le dice a la empleada que le dé un pedazo de pan. El marido protesta. Es mejor no dar nada, si no se le acostumbra mal. El vagabundo que vaya a buscar trabajo. El hijo mayor, un liberal, dice:

              — Por lo menos un pedazo de pan, papá.

              La hija algo de izquierda dice que es mejor no dar nada.

              — Así él se rebela de una vez.

              — Esto es típico de ustedes — dice el hijo liberal.

              — ¡La caridad no sirve de nada! — responde la hija algo de izquierda.

              — Por lo menos un miserable tendrá un pedazo de pan — contesta el hijo liberal.

              — Señora, interrumpe la empleada, creo que pan él no aceptará, ¿eh?

              — ¿Ah, no? — exclama el marido, sarcástico. ¿No querrá a lo mejor mi filete? ¿Papas sautée? ¿Quiere ver la carta de vinos? La empleada explica que el mendigo había preguntado si había alguien que comer. Silencio en el comedor. ¿Cómo?

              — Preguntó si había alguien que comer. Dijo que hasta podría ser un niño. Alguien que no fueran a echar de menos... Junior, el benjamín, salta de su silla y, lleno de curiosidad, corre hacia la puerta antes de que los demás le puedan detener. Luego de algunos minutos el marido le dice a la empleada que vaya a ver qué pasó. Ella vuelve y dice que no hay vestigios de Junior y que el mendigo todavía sigue allí. El padre dice:

              — Jorgito, anda tú.

              — ¡Mi hijito no!, protesta la señora.

              — Ve, Jorgito. Si te come a ti también, sabremos cuáles son sus verdaderas intenciones.

              Jorgito salta con entusiasmo de su silla y corre hacia la puerta. La empleada va a ver y de regreso dice que Jorgito desapareció, pero que el mendigo sigue con hambre.

              — ¡Yo dije que Jorgito estaba muy delgado!, solloza la señora. El hijo liberal toma una decisión. Se levanta y anuncia:

              — Tendré una conversación con él. Él tiene que entender que la violencia no lleva a ningún lado. Debe reivindicar sus derechos a través de la política partidaria, en un diálogo franco y abierto. Regresaré en pocos minutos.

              Luego de algunos minutos el marido le dice a la empleada que vaya a ver qué sucedió. Ella regresa diciendo que del hijo liberal sólo quedaron los anteojos. El mendigo sigue allí.

              — ¿Y todavía no está satisfecho?

              — Parece que no.

              — Sólo queda una cosa por hacer — dice el marido, levantándose. Voy a traer mi arma.

              — ¡Yo voy contigo!, dice la señora.

              — De acuerdo. Tú le distraes mientras yo voy por detrás de la casa y lo ataco. Con esa gente sólo a bala.

              Los dos salen del comedor, donde sólo quedan la hija algo de izquierda y la empleada. Después de algún tiempo, la hija algo de izquierda le dice a la empleada que vaya a ver qué sucedió. La empleada vuelve y dice que de la pareja sólo quedó el arma y un pendiente de la señora.

              — ¿Y el mendigo?

              — Está con cara de quien comió y no disfrutó.

              — Esto no me sorprende — dice la hija algo de izquierda. Bueno, nadie puede decir que soy una persona insensible. Sé lo que hay que hacer.

              Ella empieza a levantarse. La empleada le pregunta si ella también se va a ofrecer al caníbal.

              — No seas tonta. Le voy a dar un Alka Seltzer. Yo siempre dije que esta familia era indigesta. Pero el caníbal se traga a la hija algo de izquierda con el Alka Seltzer.

Título original: "O canibal", publicado en Novas Comédias da Vida Privada, Porto Alegre: L&PM, 1996, pp. 311—312 — traducido por Carlos Bonfim.

 

 

 

 

 

 

TRADICIONES EN SALSA VERDE (Extracto)
Ediciones de la Biblioteca Universitaria. Lima, 1973
El manuscrito se conserva en la biblioteca de la universidad de Duke (EEUU)
AUTOR: Ricardo Palma (1833-1919)

LA PINGA DEL LIBERTADOR

        Tan dado era Don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían dicho: ¡Vaya usted al carajo!, Bolívar decía: ¡Vaya usted a la pinga!
        Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron: ¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolívar, que había presenciado las peripecias todas del combate, contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú!
        Desde entonces fue popular interjección esta frase: ¡La pinga del Libertador!
        Este párrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena interjección morirá junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, como desaparecerá también la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho: "¡Zambos del carajo! Al frente están esos puñeteros españoles. El que aquí manda la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben ustedes, no es ningún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos".
        En cierto pueblo del norte existía, allá por los años de 1850, una acaudalada jamona ya con derecho al goce de cesantía en los altares de Venus, la cual jamona era el non plus ultra de la avaricia; llamábase Doña Gila y era, en su conversación, hembra más cócora o fastidiosa que una cama colonizada por chinches.
Uno de sus vecinos, Don Casimiro Piñateli, joven agricultor, que poseía un pequeño fundo rústico colindante con terrenos de los que era propietaria Doña Gila, propuso a ésta comprárselos si los valorizaba en precio módico.
        -Esas cinco hectáreas de campo -dijo la jamona-, no puedo vendérselas en menos de dos mil pesos.
        -Señora -contestó el proponente-, me asusta usted con esa suma, pues a duras penas puedo disponer de quinientos pesos para comprarlas..
        -Que por eso no se quede -replicó con amabilidad Doña Gila-, pues siendo usted, como me consta, un hombre de bien, me pagará el resto en especies, cuando y como pueda, que plata es lo que plata vale. ¿No tiene usted quesos que parecen mantequilla?
        -Sí, señora.
        -Pues recibo. ¿No tiene usted chanchos de ceba?
        -Sí, señora.
        -Pues recibo. ¿No tiene usted siquiera un par de buenos caballos?
        Aquí le faltó la paciencia a don Casimiro que, como eximio jinete, vivía muy encariñado con sus bucéfalos, y mirando con sorna a la vieja, le dijo:
        -¿Y no quisiera usted, doña Gila, la pinga del Libertador?
        Y la jamona, que como mujer no era ya colchonable (hace falta en el Diccionario la palabrita), considerando que tal vez se trataba de una alhaja u objeto codiciable, contestó sin inmutarse:
        -Dándomela a buen precio, también recibo la pinga.

 

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