Como he comentado, la corta extensión de los
microcuentos hacen que este género esté ligado a la elipsis narrativa.
Quizá sea esta característica lo que marque la diferencia entre cómo
escribir un microrrelato y obras de otros géneros.
Así, cuando escribes un relato o una novela
puedes utilizar la elipsis por criterios estilísticos, pero no es una
condición indispensable ni su uso está unido intrínsecamente a todos los
textos de estos géneros. En el caso del microrrelato, lo que lo
diferencia de otros textos de su género más cercano, el relato, no es
sólo que sea más breve y más conciso, sino que la elipsis está trabajada
con la misma precisión y cuidado que un orfebre imprime en su obra. En
otras palabras, el microrrelato no sólo importa la brevedad, sino también
la tensión entre lo dicho y lo omitido de la historia.
De nuevo me remito a Andrés-Suárez cuando
concluye que “la elipsis es una necesidad estructural del microrrelato.
En él, el silencio —lo no dicho—, es tan importante como en la música o
como lo es el vacío en el lienzo o en la escultura.”
Así, lo que no se dice tiene un peso primordial
en el microrrelato y tú como escritor tienes que plantearte cómo recibirá
e interpretará el lector este silencio para que tu obra sea original y de
calidad.
Analicemos los tres microrrelatos más breves en
nuestro idioma que te mencionaba antes: El emigrante de L. F.
Lomelí, Luis XIV de J. P. Aparicio y El fantasma de G.
Samperio. En los tres casos los autores omiten muchísima información en
su historia, y sin embargo, los textos “funcionan”. Los silencios creados
son profundos, pero el lector puede completarlos y comprenderlos, gracias
a que los autores han trabajado la elipsis de una manera magnífica.
Fíjate que en los tres casos el título del microrrelato es el
protagonista de la historia. Y en los tres casos ese protagonista es un
personaje que el lector puede conocer, bien porque es un personaje
histórico, como Luis XIV, o bien porque es un cliché como el emigrante o
el fantasma. Sólo con leer el título, y por tanto el nombre del
protagonista de la historia, el lector ya tiene la mayor parte de las
herramientas necesarias para interpretar los silencios del texto.
De ahí que las únicas cuatro palabras de El emigrante
(“¿Olvida usted algo?”, “¡Ojalá!”) estén cargadas de sentido. Es cierto
que la historia de qué le ha llevado al protagonista a emigrar no se
explicita y se deja una interpretación abierta al lector. Pero lo que es
innegable es que al personaje de esta historia le hubiera gustado que no
se desarrollara de esa forma. La nostalgia por la tierra abandonada y la
incertidumbre por el futuro se hacen patentes en estas palabras.
Además, el lector puede incluso llegar a imaginar la escena. La
formulación de la pregunta (“¿olvida usted algo?”) nos puede conducir a
situar la acción en una estación de tren, de autobús, en un barco... y
también nos puede inducir a imaginar que es un desconocido (por el uso de
ese “usted”), probablemente un trabajador de estos lugares u otro
viajero, quien pregunta.
Sin duda en El emigrante se explicita muy poco, pero sí se
dice lo necesario para que el lector pueda construir esa historia.
Lo mismo ocurre en Luis XIV de J. P.
Aparicio. Ese “yo” está cargado de sentido. El lector puede recordar que
este personaje histórico es el rey abosolutista por excelencia, lo que
plasmó en su conocida frase “El estado soy yo”. De ahí que la única
palabra que tiene este microrrelato pueda hacer entender al lector toda
la historia, y la brevedad del microrrelato no sólo no resta significado
a la historia, sino que lo subraya.
Quizás de estos tres microrrelatos brevísimos el
que más te haya sorprendido es Fantasma de G. Samperio que, como
te comentaba, es un microrrelato sin palabras: sólo tiene el título y la
hoja en blanco. En mi opinión, en El fantasma el autor se viste de
niño travieso que hace una broma al lector. Éste participa de su juego
por la carga de significado que tiene el título, donde se nombra al
protagonista. Todos tenemos una representación mental de un fantasma,
bien sea un ser invisible o vestido con una sábana blanca (como la hoja
en blanco); y todos sabemos de sus andanzas (entre nosotros, me parece a
mí que éste de Samperio es el fantasma burlón que me esconde las palabras
cuando quiero escribir algo).
Lo cierto es que este tipo de textos (tan
ingeniosos y a la vez tan ”breves” y alejados de lo que consideramos
tradicionalmente una narración) puede abrir un controvertido debate. Ana
María Shua analiza este microrrelato de Samperio y dice lo siguiente:
“¿Es un microrrelato o un simple juego de
ingenio? Las dos cosas, por supuesto. Entra dentro de la definición de
nuestro género y es sin duda muy ingenioso, pero también es peligroso.
Como suele suceder con los juegos de ingenio es demasiado fácil de imitar
(…) Se me ocurrren inmediatamente otros muchos títulos que podrían
lucirse como encabezado de una página en blanco. Por ejemplo “Vampiro en
el espejo”, “Acto de magia”, “Buenas intenciones”, entre otros (…) En
segundo lugar (y esta ya es una opinión personal), de la literatura
debemos exigir algo más que ideas brillantes o puro ingenio”.
Considero que estas palabras de Shua no
necesitan mayor explicación, ¿verdad?
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