martes, 28 de marzo de 2017


Atmósfera de un cuento o de una novela

Publicado el 04/06/2016 a 11:08 por Escuela de Escritura / TEORÍA LITERARIA / 1 Comment

Seguramente habrás oído hablar de la atmósfera de un cuento o de una novela. Especialmente en novelas y cuentos de determinados géneros, como el género de terror o suspense, la creación de una atmósfera es muy importante. Pero qué es exactamente la atmósfera de un texto literario. Teresa Martín Taffarel en su libro “Caminos de escritura” la define así:

La atmósfera se manifiesta en un conjunto de cualidades y efectos producidos en el espacio que rodea a un personaje o que se respira en un texto poético. El término procede de la ciencia y etimológicamente significa “vapor” (atmos) y “esfera” (sphaira). Es decir envoltura gaseosa de la Tierra (María Moliner), y se refiere al aire, al cielo, a la intemperie. En este sentido podemos hablar de una atmósfera clara, pesada, seca, irrespirable, húmeda…

Si trasladamos estas cualidades a un paisaje o a un ambiente, creados con ciertas imágenes y expresado en un lenguaje poético con una particular carga emotiva, sugerimos un estado de ánimo especial.

Así que cuando hablamos de atmósfera de un cuento, no nos referimos solo a la descripción del clima atmosférico, que también puede ser un elemento más que ayude a crear esa atmósfera literaria.  La atmósfera de un cuento es pues una especie de aura que sobrevuela la escena y que nos proporciona no solo aspectos visuales que tienen que ver con la realidad, sino también con aspectos emocionales, con las sensaciones que trasmite y con el estado de ánimo del personaje. Para trasmitir es atmósfera al lector es necesario alguna descripción del escenario y del entorno en que se mueve el personaje o más bien de la situación general en que se encuentra dentro de la escena. En esas descripciones, cada elemento, cada objeto, es como un rasgo del estado emocional en que se encuentra sumido el personaje o que envuelve el espacio en el cual se encuentra. Teresa Martín lo explica con algunos ejemplos:

El primer ejemplo es un fragmento de la novela del escritor chileno contemporáneo Jorge Edwards, El sueño de la historia. El protagonista, un chileno recién llegado del exilio, alquila un departamento en el centro de Santiago, y en él se instala:



La oscuridad empezaba a caer en la habitación espaciosa, de techo alto, y él dejó que avanzara lentamente, sin prender luces contemplando la Plaza iluminada, con su agitación vespertina, nueva y antigua, sorprendente siempre, desde la sombra. Encendió más tarde una lámpara en el corredor, una ampolleta en las últimas, que parpadeaba, y abrió una puerta que no llevaba, parecía, a ninguna parte. {…} Colocó encima de la mesa una lámpara de velador y apagó las luces del resto de la casa. El toque de queda sobrevino muy pronto. Lo notó por la repentina desaparición de los automóviles en la calle, por el silencio profundo, en el que caía gotas, partículas de suciedad y de niebla amalgamada. Hacia las dos de la mañana, o hacia las dos y media, en una noche que se había vuelto planetaria, con la Vía Láctea y la Cruz del Sur encima de su balcón, él estaba enfrascado en las celebraciones de la llegada de Santiago de Nueva Extremadura de un nuevo gobernador y capitán general.



Un aire pesado y oscuro se respira en el ambiente. Las sombras avanzan y se agazapan en los rincones de la casa. La ciudad se vuelve silenciosa y despierta con el toque de queda. Cae una lluvia sucia. La atmósfera de la casa y de la ciudad es agobiante, densa, con una carga de amenazas flotando en el ambiento. El personaje, sumergido en la lectura de unos viejos manuscritos, da un salto hacia el pasado histórico, y el espacio limpio y abierto del cielo austral cobija el sueño de lo que alguna vez fue y ahora revive en las letras antiguas, portadoras de una apasionante narración. Todos estos elementos crean una atmósfera de amenazas, miedo, soledad, que rodean al personaje que está reconstruyendo un mundo imaginario a través de la lectura. Sin embargo, la atmósfera opresiva se suspende cuando, más allá del presente, el lector-personaje descubre otro mundo, y en el silencio de la noche “planetaria”, las estrellas parecen adherirse a su sentimiento de liberación de las ataduras actuales, para dejarse envolver por una atmósfera de misterio y eternidad.

El otro ejemplo es un poema de Jorge Guillén, autor español perteneciente al grupo de poetas que se ha dado en llamar “generación del 27”:

Abril de fresno

Una a una las hojas, recortándose nuevas,

Descubren a lo largo del abril de sus ramas

Delicia en creación. ¡Oh, fresno, tú me elevas

Hacia la suma realidad, tú la proclamas!

 Ese abril arbóreo y luminoso se manifiesta en el nacimiento de las hojas, en el tiempo de la creación, del comienzo de la vida. La atmósfera primaveral es también atmósfera de plenitud del yo, que ha interiorizado el paisaje y convierte al fresno en proyección de sí mismo, es decir en tú, al cual invoca como causa de elevación interior, “tú me elevas”, clamor de “suma realidad”, y exaltación de todas las cosas, “tú la proclamas”. El árbol, eje del poema, rodeado de una atmósfera de luz primaveral, es imagen del poeta inundado de luz interior.

Como ves la creación del ambiente de un cuento necesita del detalle y de la descripción, pero esa descripción está especialmente escogida, seleccionada, no es cuestión tampoco de que sea más o menos extensa, sino de que sea capaz de trasmitir emociones.

Te ayudará para crear una atmósfera que tu texto tenga una buena visibilidad. Sobre este y otros conceptos puedes aprender más en nuestro taller de relatos.

Bibliografía: Martín Taffarel, Teresa. Caminos de escritura. Editorial Octaedro. Barcelona, 2003.

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