El realismo sucio (Wikipedia)
El realismo sucio («Dirty
realism») es un movimiento literario estadounidense desarrollado sobre todo en la primera mitad del
siglo XX que pretende reducir la narración (especialmente el relato corto) a
sus elementos fundamentales.
Se trata de una derivación del minimalismo que tiene características propias. Al igual que
aquél, el realismo sucio se caracteriza por su tendencia a la sobriedad, la
precisión y una parquedad extrema en el uso de las palabras en todo lo que se
refiera a descripción. Los objetos, los personajes, las situaciones deben
hallarse caracterizados de la manera más concisa y superficial posible. El uso
del adverbio y la adjetivación quedan reducidos al mínimo, dado que estos
autores prefieren que sea el contexto
el que sugiera el sentido profundo de la obra.
En cuanto a los personajes
típicos, se tiende a retratar seres vulgares y corrientes que llevan vidas
convencionales, en la línea de uno de los grandes referentes del movimiento, el
cuentista O. Henry (1862-1910). Otra influencia importante en la
corriente es la del narrador estadounidense J. D. Salinger (1919-2010).
Son representantes del realismo
sucio, entre otros, los narradores estadounidenses John Fante (1909-1983), Charles Bukowski (Alemán)(1920-1994), Raymond Carver (1938-1988), Richard Ford
(1944), Tobias Wolff (1945) y Chuck Palahniuk (1962).
Suele adscribirse asimismo a este
movimiento una variante en los países de habla hispana, representada por
- los cubanos Pedro Juan Gutiérrez (1950), Fernando Velázquez Medina (1951)12 y Zoé Valdés (1959);
- el ecuatoriano Pablo Palacio (1906-1947)
- el venezolano Argenis Rodríguez (1935-2002)
- el mexicano Adolfo Vergara Trujillo (1975)
- los españoles Karmelo C. Iribarren (1959), Roger Wolfe (1962) o Juan M. Velázquez (1964),3 en castellano, Iban Zaldua (1966,), Mar Escribano (1968),4 García-Sánchez5 (1966) y Harkaitz Cano (1975), en euskera.[cita requerida]
El realismo sucio en España
(Francisco Rodríguez Criado)
El realismo sucio en España no comienza con José Ángel
Mañas y sus Historias del Kronen (1994), pero es cierto
que fue él quien dinamizó esta tendencia gracias a su novela y a la película
basada en ella.
Ángel L. Prieto de Paula y Mar Langa Pizarro diseccionan
en varias páginas de Manual de Literatura Española actual (Castalia,
2007) el recorrido del realismo sucio en la literatura española moderna, que
parece haber perdido fuelle en los últimos años.
“En 1994, el premio Nadal tuvo como finalista
a José Ángel Mañas (1971), cuya novela Historias del Kronen alcanzó un
éxito singular y fue llevada al cine. Era la obra de un escritor joven, con
temas protagonizados por adolescentes -el trío mítico de “sexo, drogas y rock
and roll”-, y cuyos lectores fueron en su mayoría también adolescentes. El
relato, en primera persona, estaba escrito en un lenguaje marginal pero fluido,
y rendía un evidente homenaje al cine y la literatura del realismo sucio. Se
habló de la conexión con las obras de Mariano Antolín Rato, pero los
antecedentes más claros de Mañas eran Casavella y Loriga. Francisco Casavella
(1963) había publicado El triunfo (1960), un monólogo jergal en que los
recursos de la novela negra y la acción perdían peso bajo el costumbrismo y el
exceso de descripción; y Quédate (1993), una novela juvenil fallida que
volvía a presentar la vida como una sensación de vacíos. Por su parte, Ray
Loriga (1967) había acudido a un lenguaje desgarrado y marginal para hablar de
sexo, violencia y drogas, en las novelas Lo peor de todo (
El hecho de plantear la vida desde un nihilismo expresado
en lenguaje jergal se interpretó como una deuda con el realismo sucio
norteamericano, por lo que la tendencia española adoptó el nombre del género
foráneo, aunque también se la llamó “realimo duro” o “sórdido”, “estética
nirvana” y “rockandrollo”; y sus cultivadores fueron definidos por Jorge
Herralde como “la cofradía del cuero”. Bajo cualquiera de esos rótulos, se
trataba de dar carta de presentación a unas obras generacionales y
contraculturales, de fácil lectura, amenas y provocadoras, en las que el
monólogo y el diálogo suplantaban muchas veces el papel del narrador, para
reflejar la agresividad y la violencia de parte de una sociedad alienada por la
tecnología y la incomunicación. Eran novelas, en definitiva, conectadas con las
de David Leavitt y Douglas Coupland, influidas por el cine gore, las road-movies
y la estética de Tarantino, y deudoras de grupos musicales como Nirvana y Ramones.
Las drogas y el alcohol
son en estas novelas recursos para amueblar el vacío, y la música y el cine
escapes de un mundo al que los personajes no encuentran sentido… A raíz de Historias
del Kronen, proliferaron los artículos y los debates en los que toda la
juventud de los años novente -la llamada en un tiempo “generación X”, término
tomado de un título del canadiense Coupland- parecía estar representada por los
personajes de esta obra, lo que vendría a validar la denominación “generación
del Kronen”.
Mientras tanto, los autores ya mencionados siguieron
publicando narraciones centradas en jóvenes sin esperanzas ni escrúpulos.
Casavella logró mayor fluidez en la novela juvenil El secreto de las fiestas
(1997), e hizo gala de destreza narrativa en Un enano español se suicida
en Las Vegas (1997), ubicada en las tascas de jugadores del barrio chino
barcelonés. Loriga recopiló diversos textos en Días extraños (1994),
ensayó la road-movie en Caídos del cielo (1995), imaginó una
droga del olvido en Tokio ya no nos quiere (1999) y presentó a un
inadaptado en Trífero (2000). Mañas, por su parte, recibió el varapalo
de la crítica por su segunda novela, Mensaka (1995), del que se vengó
con un psicothriller irónico titulado Soy un escritor frustrado (1996).
Posteriormente, volvió a sus temas habituales con Ciudad rayada (1998),
la novela de base autobiográfica Sonko 95 (1999) y Mundo burbuja (2001).
Pronto la nómina de los
cultivadores de esta tendencia se amplió con autores como José Machado (1974),
que publicó A do ruedas (1996); y Pedro Maestre (1967), finalista del
premio Nuevos Narradores en 1995 con Trapos sucios, y ganador del Nadal
1996 con Matando dinosaurios con tirachinas, una novela sobre un joven
con problemas en todos los ámbitos: la familia, el trabajo y las relaciones
sociales. Maestre, confesado admirador del malditismo de Leopoldo María Panero,
dio a luz novelas de escasa exigencia, como Benidorm, Benidorm, Benidorm (1997),
y siguió explotando el mundo de la adolescencia en Alféreces provisionales (1999).
A la tendencia se añadieron, además, otros escritores menos jóvenes, como
Eduardo Iglesias (1952), con Aventuras de manga ranglan (1992) y Por
las rutas los viajeros
El afán clasificatorio ha hecho que en el grupo del
realismo sucio se haya incluido también a Benjamín Prado, Roger Wolfe
y David Benedicte. Prado (1961), tras
publicar Raro (1995) y Nunca le des la mano a un pistolero zurdo
(1996), presentó a un adolescente sumergiéndose en la lectura de un libro de
aventuras en Dónde crees que vas y quién crees que eres (1996); unió
acción y reflexión en Alguien se acerca (1998); usó la memoria y el
planteamiento pesimista en la amena historia de No sólo el fuego (1999);
y mezcló metaliteratura y resortes de novela criminal y psicológica en La
nieve está vacía (2000). Wolfe (1962), autor de diversos libros de poesías
y relatos, gestó en Fuera de tiempo y de la vida (2000) una novela corta
fragmentaria, en que los personajes viven un ambiente de pesadillas. Y
Benedicte (1969) conjugó realismo sucio y pensamiento en Travolta tiene
miedo a morir (1998), e hizo protagonista de Válium (2001) a un
adicto a ese fármaco, que trabaja como negro en una editorial
pornográfica.
Incluso se trató de
incluir en el grupo a Lucía Etxebarria (1966), por las notas
autobiográficas de su obra y la recurrente presencia de las drogas y el sexo en
sus argumentos. Pero lo cierto es que la prosa de Etxebarria no tiene muchos
más puntos de conexión con los autores del realismo sucio. Amor, curiosidad,
prozac y dudas (1997), que la dio a conocer al gran público, está
protagonizada por una ejecutiva, una camarera y un ama de casa; en Beatriz y
los cuerpos celestes (1998) presenta a una joven bisexual que viaja a
Edimburgo para madurar; Nosotras, que no somos como las demás (1999) se
centra en los avatares de cuatro mujeres; y en De todo lo visible y lo
invisible (2001) parece abandonar parte de sus temas habituales para narrar
el amor apasionado y destructivo entre un poeta y una directora de cine.
La repetición de
parecidos recursos, lenguaje y temas hizo que los relatos del realismo sucio,
que a principios de los años noventa se consideraban frescos y originales,
pronto se manifestaran monótonos y demasiado simplistas. La crítica convino en
que les faltaba valor literario, y los lectores dejaron de prestarles la
atención que les habían dispensado poco tiempo atrás. Así, los autores comenzaron
a buscar otras fórmulas narrativas, y aunque de vez en cuando siguiera
editándose alguna obra de esta tendencia, su presencia en el mercado fue
disminuyendo progresivamente”:
Realismo Sucio: una corriente literaria distinta (Por José Carlos Bermejo)
Fue en la norteamérica de los setenta y
ochenta del siglo XX cuando surge eso que recibe el nombre de Realismo
Sucio, o “Dirty Realism”. Bukowski, Carver, John Fante y
ahora su hijo, se han prodigado en el género.
Lo que no cabe duda es que como corriente
literaria el realismo sucio ha gozado de tantos
detractores -o más- que admiradores.
El realismo sucio como
movimiento literario seguido por un nutrido grupo de escritores muestra la vida
como hecho real, descarnado.
Las historias que cuentan son contadas sin
ambajes, sin artificios. Huyen de la descripción, del uso de adjetivos
calificativos a los que consideran innecesarios (hasta casi borrarlos de sus
textos).
Son los escritores Pulp,
pero también los del relato corto de auténtico corte literario. Desde Charles Bukowski, pasando por Raymond Carver, John Fante, o su sucesor, su hijo Dan Fante, que
en honor a su padre, del que siempre se dice que es un desconocido, dejandólo
de ser por esa misma razón, y sobre quien en breve nos detendremos…
En ocasiones, se confunde realismo
sucio con pornografía, o con variedades sucedáneas de
aquella.
Nada más alejado de la realidad.
No solo por los escritores que compusieron
los comienzos de la corriente -afianzada-, y perdurando durante el siglo XX.
El realismo sucio se
centra en la vida corriente de corrientes gentes, en sus diatribas cotidianas,
en sus miserias muchas veces.
En sus miserias porque lo que trata
de retratar el escritor realista, y en este caso además sucio, son
fragmentos de vidas, atormentadas por lo cosmopolita de la gran urbe
(L.A. NY City), y todas sus rudezas y pocas de sus bondades.
En otras ocasiones es la ilógica que rodea
nuestas vidas la que interviene como crítica social, lo más despiadada mejor.
Hay escritores como Charles Bukowski, de reconocido prestigio entre las feministas, que recorre su obra con un
particular humor sombrío destilado entre las brumas de una vida castigada.
El amargor, el humor negro y
la ironía. Otra forma, en definitiva, de ver el mundo, de asomarse a él y
dibujarlo impreso en el blanco transparente de la servilleta de un bar.
John Fante,
escritor realista, pasa por ser el gurú
del Realismo Sucio.
Una especie de profeta, de luz que hace
guiar.
Por contar historias cotidianas en un idioma
literario comprensible e identificador.
El que hizo propio Charles Bukowski,
rindiendo pleitesía, acudiendo a verle moribundo, con respeto. Sí, respeto, una
palabra que no pasa por la mente al pensar en Bukowski.
Pregúntale al
Polvo, novela de John Fante
En un prólogo de “Pregúntale al Polvo”
Charles Bukowski introduce a John Fante,
de la siguiente manera: (Pido disculpas por lo excesivo de la cita, pero merece
realmente ser reproducida con extensión. Es un breve relato del flechazo
literario, de alguien que ve la luz): “Yo era joven, pasaba hambre, bebía,
quería ser escritor.
Casi todos los libros que leía pertenecían a
la Biblioteca Municipal del Centro de Los Ángeles, pero nada de cuanto me caía
en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me
rodeaban.”
“Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se
produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y, entonces, a
semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me
llevé el libro a una mesa (…)
Sí, Fante tuvo
sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer (a John Fante),
conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas
violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini,
Arturo Bandini!”
El director Robert Towne quiso adaptar Pregúntale al Polvo cuando conoció a John Fante en
la década de los años 70, en el tiempo en que se documentaba para escribir la
famosa Chinatown.
El guión lo escribió a principios de los 90,
pero no consiguió convencer a ningún estudio, y eso que el archiconocido Johnny
Depp estaba interesado en protagonizarla.
Raymond Carver, realismo sucio
Al parecer la vida de Raymond Carver no tuvo un buen comienzo. El alcoholismo de su padre, trabajador de
un aserradero, marcó la infancia de Carver. Se supone que lo sufrió
también su madre, camarera y vendedora.
El realismo sucio parece que se mueve mejor en el relato corto que en la novela, un
ejemplo es el gran número de relatos que Carver publicó
en los medios donde mejor se mueve el relato, en revistas y periódicos.